Demóstenes nació
en Atenas, en el 384 a.C. y falleció
en Calauria.
Destacó como orador, político y abogado. Sus dotes de oratoria constituyen la
expresión más significativa de las proezas intelectuales de la antigua Grecia.
De joven soñaba
con ser un gran orador, pero tenía una gran limitación, era tartamudo. Sin
embargo haciendo gala de gran sentido de voluntad y perseverancia pudo superar
esa circunstancia.
El que luego
sería conocido como Padre de la Oratoria, se ganó la vida durante un tiempo
como escritor profesional de discursos judiciales -logógrafo- y
como abogado,
redactando textos para pleitos entre
particulares.
Asistía embelesado
a los discursos de los oradores y filósofos más prominentes de la época -como
Platón- a los que admiraba y quería imitar.
Entusiasmado
busco la oportunidad de hablar, pero su primera presentación fue un desastre. A
la tercera frase fue interrumpido por los gritos de la audiencia que increpaba
sus repeticiones, debilidad de su voz y mala pronunciación. Las burlas
acentuaron el nerviosismo y el tartamudeo de Demóstenes, quien se retiró entre
los abucheos sin poder terminar su discurso.
Según Plutarco, la audiencia
se burlaba de su dificultad en pronunciar la R y su estilo “plagado de
largas frases con argumentos formalistas hasta un extremo duro y desagradable”.
Afirmaba también que “Tenía un habla extraña,
difícil de entender, falta de aire, que, al romper y desenlazar las frases,
oscurecía mucho el sentido y el significado de lo que decía”.
Demóstenes,
sin embargo, en vez de desanimarse tomó esta situación como un desafió. Usó la
frustración para llenarse de paciencia y confianza, embarcándose en la aventura de hacer todo lo necesario para
superar sus deficiencias.
Su entrenamiento
Trabajó la dicción, su voz y sus gestos hasta
el punto que su ahínco y su devoción se volvieron proverbiales.
Por la mañana, desde muy temprano, solía estudiar en una habitación subterránea que había construido él mismo. Por la tarde corría por las playas gritándole a las olas con todas sus fuerzas para así ejercitar sus pulmones.
Entrada la
noche, se llenaba la boca con piedras y se ponía un cuchillo entre los dientes
para forzarse a hablar sin tartamudear. Al regresar
a la casa se paraba durante horas frente a un espejo para mejorar su postura y
sus gestos.
Algunos ciudadanos se dieron cuenta de su talento y
le animaron. Un anciano llamado Eunomo le dijo que se parecía a Pericles y un actor
llamado Sátiro le apoyaba
Así pasaron
años antes que reapareciera ante la asamblea defendiendo con éxito a un
fabricante de lámparas, a quien sus ingratos hijos le querían arrebatar su
patrimonio. También defendió su propia herencia que sus parientes querían
quitarle
La
seguridad, la elocuencia y la sabiduría de Demóstenes eran ahora ovacionadas
por el público hasta el cansancio. Pronto fue nombrado Embajador.
Demóstenes
se interesó por la política durante esa época. Dedicó sus años de plenitud
física e intelectual a oponerse a la fiebre expansionista de Filipo II, rey de
Macedonia y preservar la libertad de Atenas.
El llamado Canon Alejandrino, reconoce a
Demóstenes como uno de los mayores logógrafos y oradores áticos.
Cicerón le aclamó
como "el orador perfecto"
al que no le faltaba nada y Quintiliano le alabó diciendo
que era "lex orandi" - la
norma de la oratoria.
Según Longino,
Demóstenes "perfeccionó al máximo el
tono del discurso idealista, pasional, abundante, preparado, rápido". Sus famosos discursos son conocidos como Filipicas.